Mis pasiones son la Biología y el Teatro, aunque cada una de esas pasiones es celosa, procuro combinarlas en mi vida.

En busca de mis ideales, trato de romper mis propios esquemas pero a veces me descubro siendo muy cotidiana, otras no tanto. Les comparto mis vivencias.





miércoles, 7 de julio de 2010

27 años

Caminaba en un bosque cuyo clima era perfecto. Se escuchaba el trinar de las aves y el relajante sonido del agua de un arroyo. De pronto, no sé cómo, vi una puerta que me inspiraba mucha confianza, así que no pude resistirme a abrirla. Al entrar me encontré en una habitación en la que me sentí profundamente tranquila y todo me era muy familiar. Un cuarto lleno de juguetes, una pequeña cama, muebles que unos padres llenos de ilusiones seguramente habían comprado. Tras la cama, algo se movía en el suelo… no alcanzaba a ver detalles con exactitud, pero al acercarme distinguí a una niña que jugaba con un cochecito azul de ventanas amarillas y uno rojo de ventanas negras. Me acerqué a ella y le toqué el hombro, volteó hacia mí y nos vimos largamente. Esa niña que tenía unos 7 años era yo, una niña que pensaba que había una edad ideal en la vida de un ser humano: los 27 años. Una niña que pensaba que a esa edad sería una profesionista exitosa y tendría su primer hijo. Con una sonrisa recordé cuánto se esforzaba por tener buenas calificaciones, cuánta atención ponía en sus clases, a cada maestro, a cada persona importante o no en su vida, cuánto intentaba capturar en su memoria cada detalle que pudiera darle claves para construir su sueño. Pero en especial, lo fácil que era para ella expresar su amor incondicional por todo.

Comencé a sentirme incómoda cuando esa niña me miraba con sus grandes ojos curiosos a punto de decirme algo. En esos segundos pasaron muchas cosas por mi cabeza…

Como ocurre en millones de personas, mil eventos han influido sobre la trayectoria de mi vida: personas incondicionales que dejaron de serlo o que simplemente ya no están. Competencias y una creciente decepción de la sociedad hicieron que el camino que decidí tomar fuera otro. Nostálgicamente me pregunté si tengo algo qué celebrar en éste cumpleaños… a pesar de algunos destellos de luz, a mis 27 años a ratos pareciera que no he podido encontrarme del todo y no he hecho nada de mi vida.

He sentido dicha en múltiples ocasiones, pero a veces tan efímera y poco tangible que luego me entristece, es como un orgasmo interrumpido en su comienzo. Estudié una carrera que me parece maravillosa, y pude adentrarme en la Biología, pero resulta que todo trabajo científico tiene que justificarse siempre y religiosamente por el bien de la humanidad. El teatro… qué maravilla poderse expresar, qué desgracia los costos monetarios y las consecuencias a las que llevan. Imposiciones sociales que hice mías y no quiero soltar, frustraciones, violencia, traición, abandono… en fin, justificaciones a favor de mi propia humanidad para no responsabilizarme por cuánto sentí deberle a la pequeña.

Los ojos de la niña brillaban y por fin preguntó: “¿cumpliste mis sueños?”

No sabía qué decirle, sólo lo negué con la cabeza intentando sonreírle y me senté en la camita intentando contener ciertas ganas de llorar. Entonces la niñita se levantó, me abrazó y me dijo que no me preocupara, que podía estar orgullosa de mí misma y de mis decisiones, que ella nunca dejaría de confiar en mí y que como decía su abuelo, era de sabios cambiar de opinión. Yo le devolví el abrazo y le agradecí su amabilidad, me agaché y sonriéndole le di los cochecitos que su abuelo le había regalado. La niña siguió jugando sin ninguna preocupación. Yo salí y cerré la puerta.

Desperté y me encontraba en mi cama con mi compañera la oscuridad. Teníamos muchas cosas que pensar.